martes, 1 de octubre de 2013

Stupid girl (21)

Me hubiera gustado haber guardado cada una de las palabras dichas. No se me ocurrió, no porque fuera inconcebible que se perdieran en el éter, sino porque no eran mías, no era mías. No puedo atesorar lo que no es mío hasta que sale fuera de mi alcance y, entonces, es en lo único en que puedo pensar. (No es culpa mía, soy poco razonable). Los pequeños dolores cubren con sus tentáculos cada movimiento, cada pensamiento y vagar entre ausencias es un dolor lo suficientemente potente como para acallar todos los demás. 
Me pregunto cómo podría evitar esto (no es culpa mía, soy poco razonable), y me descubro resolviendo que hacerle frente a este desierto yermo es tarea de valientes, de titanes, de marineros con pelo en el pecho, pata de palo y botella de ron. De todo lo que yo, por dentro, no soy.
Cae la lluvia. Mi estómago se queja por el insomnio y la dieta de café y cigarrillos, pero yo no puedo evadir el silencio pacificador de las tres de la mañana. Una mariposa nocturna entra por la ventana abierta y Pato aparece en toda su grandeza omnipresente para hacerme reír. Una vez más. 
La añoranza es un sentimiento extremo. Es como hacer el amor bajo la locomotora de un tren en Ukrania y esperar salir indemne y bien follada, como jugar a las casitas con el Lobo Feroz y pretender no ser Caperucita, descubrirse caminando por un sendero poco trillado en el que guardas en tu interior un Josep Mengele, y te asustas, te aterrorizas mientras toma el poder de tu cuerpo; ves a tu cuerpo, ajeno, cometiendo atrocidades. No puedes pararlo porque eso , pararlo, supondría reconocer que esa cosa temblorosa y añorante eres, de verdad de la buena, tú. (No es culpa mía, soy poco razonable)
En el silencio de la noche eres consciente de la estupidez de tus actos, de la ridiculez de tus pequeñas y mezquinas obsesiones, de la vacuidad de unos gestos que has malinterpretado, que no eran tales y que solo has querido ver tú. De tu fealdad interna y externa... De que en la mañana, con la cara lavada, te harás una coleta, te pintarás los labios y volverás a ser tú. 
Sin embargo, hay un objeto brillando a penas a dos palmos escasos de mis dedos que buscan una y otra vez un agarradero que demuestre que no estaba equivocada. Esos dos palmos podrían ser mil años luz; una distancia inalcanzable en esta vida, porque esa distancia no la puedo recorrer yo. El objeto brilla tan cercano y, aunque sabes todo esto, aunque te repites que no hay palanca de control ninguna, que tu lugar no es ese, que lo que haces no es lógico, sigues esperando. Porque, a esta hora irreflexiva y poseída de la noche, pienso que no es culpa mía, sino tuya.
Que el poco razonable eres tú.




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