sábado, 28 de septiembre de 2013

You wanna feel how it feels? (15)

Debo reconocer el respeto que merece, el monstruo del que nos prevenían siendo niños, escondido bajo el manto más pequeño e inocente. Puedo admirar con envidia la manera insidiosa en que se metió en mi vida, como campó a sus anchas entre mis amistades y me las arrebató, hasta el punto de que no puedo confiar con sinceridad en ninguna de ellas. Nunca más. Como profanó todo lo que era Lo Sagrado, en El Templo y en Lo Intocable. Lo que hasta que él apareció había sobrevivido a las batallas más duras y sangrientas, la violencia física y las luchas fratricidas, las palabras que nunca debieron ser dichas. Mi refugio, mi razón única de ser. Como su sola presencia lo enturbió TODO hasta que la salvaguarda segura dejó de existir. El sonido en mi cabeza, el eco de mis propios pensamientos se convirtió en un enemigo del que huir, que no podía reconocer. Del que no me podía desprender. Como me enseñó a robar, matar, mentir, que no hay nada ya que no se pueda doblar, que no se pueda violar. Que no pueda dejar atrás. 
Han pasado 6 años y aún no puedo hablar en voz alta. Él es el miedo que acecha tras cada palabra, tras cada gesto del Otro. Él es el rebuscar razones para abrirme y no encontrarlas, el terror seco al escuchar el sonido de campana, antes de recordar el año en que vivo y que ya no debo temer nada.
Han pasado 6 años y el monstruo aún ronda con su brillante disfraz.
Nos hacemos mayores y, en vez de aprender a reconocer mejor en todos los errores pasados los futuros monstruos escondidos bajo la cama, nos limitamos a protegernos con colchones virtuales que no nos permitan errar nunca otra vez. Nos decimos que esta vez estamos a salvo escondidos bajo capas  de seriedad y compromiso, entregados cada uno a la dedicación y al dejarnos la piel en lo que amamos, solos en nuestras cabezas rodeados por el ruido y por la multitud. Pero los tiburones se han llevado las partes de nosotros que nos hacían diferentes, esas mismas que buscamos cada noche entre palabras, las que nos duermen inseguros cada amanecer, con la esperanza de que, esta vez sí, la mañana nos traerá nuevas respuestas que nos permitan volver a acostarnos y dormir.
Siento que en realidad ya no nos pertenecemos, que yo siempre seré otra y tú siempre serás él. Siento que ya no hay nada que hacer, más que avanzar y creer que ninguno de los dos puede volver nunca a caer.






2 comentarios:

  1. Tan profundo fue su mordisco, que el todo de otrora se rompió. Pareció desaparecer por siempre. Es el colmillo del monstruo el veneno que ahora usas para desterrar la ponzoña que implanto en su intento de homogeneizar lo que eres. Un intento cobarde contra el niño, un intento baldío contra el adulto acorazado.
    Ya te guardó el instinto para conservarte inmortal. Y golpear ahora que has visto en lo profundo del monstruo.

    Un gran análisis Maeve.

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