jueves, 15 de agosto de 2013

Proxemeter

Se arrastraba. Se arrastraba, se lamentaba. Tú la mirabas, sé que la mirabas, que la soñabas, en parte porque te hacía gracia, en parte porque te excitaba. En parte porque no terminabas de comprender de dónde había salido esta mujer. Ella era Una Mujer. Una Mujer. Te apartabas, continuabas tu camino, pero volvías, cuando podías, a comprobar si ella seguía siendo... ¿ella?.

Te gustan las mujeres peligrosas, las mujeres de novela, las que son capaces de hacer bromas, como camioneros, las que son capaces de reflexionar, de parecer inteligentes y serlo, las que te sacan una sonrisa, una risa, y ganas de llevarte la mano a la entrepierna. Pero ya has comprobado muchas veces que las mujeres de novela, en la vida real, no existen. Y lo que parecían ser excentricidades de mujer de tango, el clavel entre los labios y la falda de tubo rasgada hasta la ingle suave, se convierten, al pasar los días, en un síndrome premenstrual de los de cuchillo de la cocina en mano y tres gramos de cocaína sobre la taza del wáter. La mujer fatal, fuera de la novela negra, es esa hija de puta que te espera a la salida del trabajo, sólo para comprobar que el trabajo no consiste en follarte a todas las fulanas que hacen la esquina.


¿Voy bien, asustadizo?





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