sábado, 8 de junio de 2013

Man Ray es un nombre de rumba

Kyle Thompson


A los catorce años, sentada a la mesa familiar desmembrando una naranja sobre el mantel de cuadros verdes, vio en el Telediario una entrevista a un joven pintor, y su mente se iluminó como toda una verbena de barrio justo durante los fuegos artificiales. Su mirada contemplaba extasiada los cuadros en exposición que en el televisor  aparecían, mientras escuchaba, como quien reconoce un mantra, el discurso filosófico del joven pintor. Al parecer, cayó en la cuenta, en el mundo artístico no sólo se podía, sino se debía hablar sin pudor ni recato alguno de la propia persona, el Concepto pesaba más que la obra terminada; la Idea era más relevante que la materia ofrecida. Quedó perpleja. Quedó sumida en el silencio. Comprendió que todo un mundo nuevo de posibilidades se la ofrecía.

Creo un Decálogo y una Declaración de Intenciones, una Vestimenta Apropiada; una Actitud. En pocas semanas tuvo organizados a todos los miembros de su pandilla y, un poco más tarde, los jóvenes más modernos del barrio les seguían. Su Movimiento empezó a aparecer en poco tiempo en fanzines y revistas de radio, la televisión local les preparó un reportaje, hicieron exhibiciones callejeras y presentaron una obra heterogénea pero unificada por un mismo hilo conductor en galerías comunales y exposiciones de locales marcadamente izquierdistas. En un momento dado, una de sus obras fue vendida al mismo precio que el cuadro más valorado del pintor más reputado de su pequeña ciudad. En un movimiento perfectamente orquestado, el Grupo se disolvió entonces, alegando diferencias de concepto creativo. 


A esas alturas, y por el mismo uso reiterado de soportes, algunos de ellos hasta habían aprendido a pintar algo. Se presentaron el otoño siguiente como artistas atormentados, por separado, añorantes de un pasado que sin duda alguna y siempre fue mejor. Se produjo una evolución en su discurso creativo, en el que pasaron de una estudiada pose de artista comprometido con su arte, joven pero suficientemente experimentado, a una actitud de vieja gloria que sigue trabajando por el impulso imparable de la propia vena creativa, a penas remarcando, como quien no quiere la cosa, la rudeza del contacto necesario con el negocio del que todos ellos vivían. Con este cambio pasaron, a pesar de su juventud y su falta manifiesta de talento, a formar parte de la élite que estudia, desmenuza, fagocita y elimina a cualquier nueva promesa que se presente, inocente, en el panorama creativo.  


El Concepto lo es todo, proclamaban. La Actitud marca la diferencia, decían. La Belleza se esconde en el Alma, anunciaban.  La Rebelión es el Único camino del Arte, afirmaban, en entrevistas de radio, prensa y televisión, mientras ganaban concursos y recogían premios, mientras vivían la vida. 


Que conste que nos los juzgo. Si supiera, eso, precisamente, haría yo.

Alegría.


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