martes, 17 de abril de 2012

Un cuento de princesas




 Erase una vez un princesa que había tenido la fortuna de que no le pusieran de nombre Cunegunda, lo que hubiera sido una desventaja añadida en un mundo cruel, cruel world, como en el que trascurre nuestra historia; pues esta princesa en particular no era hermosa , ni llevaba lindos vestidos, ni era la rica heredera de reino de ensueño ninguno. Era, más bien, una princesa corrientucha, como de andar por casa, un poco contrahecha y algo bizca, a veces, cuando miraba intensamente hacia la izquierda. Por lo demás, resulta que todos sus súbditos eran rubios, con los ojos azules y bastante altos, mientras que ella solía llevar su pelo oscuro lacio y descuidado y el color de sus ojos se acercaba de lleno al panza burro. No, no era una princesa de ensueño, pero se conformaba con poco.

El año que cumplió los 37, sus altezas reales los reyes -papá y mamá para lo que viene al caso-  decidieron dar una fiesta a la que invitaron a todos los hombres casaderos disponibles en el reino y más allá; porque ya estaba bien de tanto vivir como una rémora en el palacio real y tanto salir de parranda para nada los sábados noche y tanto llorar los domingos por la tarde por los interminables pasillos reales como un alma en pena, eso sí, muy serenínisma.
De todas partes acudieron caballeros, más o menos agraciados, engalanados con sus mejores atuendos, los flequillos repeinados y los dientes bien lavados ( porque nunca sabe uno como acaban este tipo de cosas); y, en los anales del reino, no se recordaba fasto parecido, ni despiporre ni derroche como aquel.

Para tan importante ocasión, única en una vida, la princesa optó por ser atrevida y probar un nuevo tipo de peinado, que hacía parecer su cara de por si redonda como una hogaza llena de pan, sus ojos aún más pequeños de lo acostumbrado y la frente más estrecha si es que ello es posible. Ella, acostumbrada como estaba a ir  despelujada, se sentía como una estrella de cine con tanta laca y tanta horquilla y tantos broches por doquier, tanta gomina y tanta pantomima. Es que a las chicas, amigos, las encanta disfrazarse como floreros, ponerse encima todo lo que pillan y parecer una anuncio de rebajas de la sección de mercería del Corte Inglés.
Se sentía radiante y hermosa, deslumbrante en esa noche prodigiosa mientras se dirigía al baile. Al suyo. ¡Sí!, al suyo. Pero - porque, claro, esta historia tiene un pero bien gordo, uno capaz de dar sentido a tanto despropósito y tanta tontería- a medida que transcurría la noche y, a pesar de las atenciones desmedidas de tres o cuatro cretinos definitivamente interesados por su dinero, la princesa se fue hundiendo lentamente en la sensación bien conocida; y su vestido floreado y sus tirabeques en el pelo, el perfume francés bien penetrante y los tacones de infarto, le parecían cada vez peor idea. Ya no se sentía tan guapísma, ni tan segura de si misma, ni tan bien arreglada ni tan fastuosa. Pero no parecía ser sólo cosa de su propio atuendo, era algo interno, algo que no sabía definir bien; algo en su cabeza, parecía de repente no ir bien. De hecho, se dio cuenta con recelo de que sus súbditos no eran todos tan hermosos como ella los había recordado, y que les había bajos, que les había morenos, pelirrojos, de ojos verdes, de ojos negros e, incluso, ¡algún negro!.

Y así llega la conclusión de este cuento, amiguitos, pues este siempre es el destino de aquellos que dan por hecho que no necesitan ser especiales, que creen que no necesitan mejorar en nada, que para nada bueno sirven excepto para pasear lo que les legaron sus padres; de aquellos que no pierden por el camino los testículos en el esfuerzo constante de conocerse a si mismos, en aprender cómo son, en mejorar y en quererse. Que el día que ser remangan las faldas...se les ve el culo. Y duermen solos, además. O muy mal acompañados, que más dará.

Y si, esto es una metáfora del aprenderse uno por dentro, no por fuera. ¿ Veis que listos sois? Ya habéis aprendido una cosa nueva.

4 comentarios:

  1. Agotador. Lo de conocerse por dentro, no lo de leerte, digo. Ahora que he vuelto es un placer volver a hacerlo.

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    1. ¡Hombre, Tom!
      Rebienvenido, una vez y todas las veces que haga falta. Me alegra leerte :)

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  2. Agotador dice el menda. Y enriquecedor, que es lo mismo pero visto desde el otro lado. No, no tengo ni puta idea de en el lado que estoy

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    1. No he visto nunca que te remangaras las faldas y se te viera el culo. ¿ Sirve de guía?
      Que digo que si el cierre bloguil va a servir para verte más, tan malo no puede ser :)

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