jueves, 26 de abril de 2012

Novela 2.0









El día en que murió, el espíritu de Kurt Cobain salió de su cuerpo y, buscando en la inmensidad del éter un lugar protector en el que NO reencarnarse, se encontró con mi estómago. Y, desde entonces, vive ahí, como una garrapata apostada en los pliegues de la mucosa estomacal, dando sus propias opiniones sobre lo que acontece en mi existencia y en el estado de la política internacional a base de gastritis y úlceras pépticas variadas; se hizo amigo del h. pylori y se montan una fiestas con la candida albicans a mi costa de  no te menees. 
No me malinterpretéis, también tiene sus cosas buenas; los días en que se encuentra en comunión con el mundo me ha enseñado a tocar la guitarra medianamente bien y la construcción de perífrasis verbales en inglés que yo ignoraba; tengo un don para preparar capuchinos con mucha crema, cacao y canela y, a veces, soñamos dormidos las mismas cosas. Está bien. Mi estómago Kurt Cobain.
Mi cuerpo no está de acuerdo con las posesiones post mortem, por otra parte. Así que lucha contra mi estómago grunge activando algo llamado  células antiparietales estomacales. Es una estupidez, una lucha perdida, una carretera con un final conocido en el que todos vamos a perder.
Digo yo que se podía haber apostado en otra parte, haberme convertido en la típica esquizofrénica que oye voces y cree ser quien no es (también es de agradecer que no haya tomado posesión, por ejemplo, de las venas de mi brazo. Ya puestos a quejarse también hay que saber agradecer). Unas simples pastillas mágicas me abrían recluido en un universo paralelo de entumecimiento y baba caída. Una hermana Panero en inglés.

No creo que a este pasajero con depresión crónica y afición por las sustancias opiáceas le importe una mierda que una esté intentando dejar algo escrito en este mundo a parte de su firma en los papeles de una hipoteca. Y tampoco puedes esperar a estar bien para hacer nada durante el resto de tu vida. Pero es complicado, en cualquier caso, arrastrar por el mundo un estómago con más personalidad y más ganas de joder al prójimo que muchos funcionarios. Me ha dado por dormir con mi incipiente novela debajo de la almohada, con un rotulador rojo y otro azul. A ver si, en pago por el alquiler de mi cuerpo, se le ocurre dejar alguna anotación hecha mientras duermo. El muy cabrón. 



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