domingo, 8 de abril de 2012

Beds are burning



-Edie, 1999-

Ha preparado su cena favorita, ha encendido velas, ha puesto en el tocadiscos el viejo vinilo de Cole Porter. A fuera, ahora, oscurece, y desde el balancín del porche ve por las ventanas abiertas las llamas amarillas reflejarse sobre la superficie encerada de la larga mesa de roble, entre los platos recién puestos que ya sabe que no tocará. Oscurece y refresca fuera y se bebe otra cerveza y su humor es tibio y, probablemente, se deba sólo a que ya está borracho, pero ha conseguido hacer el esfuerzo de que no le importe la fecha, ni la cena, ni el helado de nueces de macadamía, su favorito, que se derrite sobre la encimera. La habitación relumbra hermosa como una piedra preciosa y parece una llamada desde lo lejos hacia la oscuridad de la noche. Es una llamada a lo lejos, que nadie responderá. Pero eso está bien. Él sabe que está bien, él sabe que ella está bien, allí dentro, bajo la piel, sabe que todo está bien. Aunque no esté bien para él, repetir el mismo ritual por tercera vez. Pero ya no siente dolor ni consigue sentir rabia ni sentir más nada y se abre otra cerveza en el frío de la noche, mientras ve por las ventanas del porche como las velas gotean sobre la superficie encerada de la larga mesa de roble, se deshacen y se derriten y adquieren formas extrañas. La cena se ha quedado fría.

Ella le llamó tres veces. Dejó tres mensajes en el contestador.








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