lunes, 26 de marzo de 2012

Lo que quieras oír (I)




 No tengo ni idea de que hago aquí. Ni de por qué el reloj hace un rato largo ya que le ha dado por estirar el tiempo, de alargar los minutos y encoger las horas y, juraría, ira al derecho y al revés. Me da igual, no me importa, no quiero saber nada, tengo la radio del coche encendida y la ventanilla bajada, entra una brisa mínima y mi único temor es que los vecinos se cosquen que llevo años aparcada aquí, llamen a la policía y tenga que intentar explicar lo que a todas luces me es imposible. 

Los pájaros cantan, los malditos. 


El sol luce alto entre los sicomoros frescos y verdes, apenas un sólo rayo llega hasta aquí, verde, muy verde. Verde muerte, olas, Federico. Un poco de realidad entre tanta alucinación, está bien, el mundo vuelve a ir del derecho otra vez. Creo que es sólo un ataque de pánico, sólo un ataque de pánico. No sé que calle es esta, cómo llegue aquí. Pero estoy aquí, vivamos el presente, alegría, qué hora es. Supongo que no es muy normal tener su foto pegada con cel-lo al salpicadero. Enciendo un cigarrillo y el filtro se pega a mi labio superior, pego un pequeño tirón. Un trocito de piel se despega de su sitio y eso me parece bien. Algo que represente por fuera tanta desesperación por dentro. Cuanto drama. Me sonrío. Un paseante me mira asustado sin darse cuenta de que el que da miedo es él. A mi. No, soy yo. Doy miedo (?) Muevo el retrovisor, intento definir el color indefinible de mis ojeras y decido que es un hermoso tornasolado libélula. Dos pecas, sobre el puente de mi nariz, se han ido acercando este verano hasta conseguir copular en mi cara. Ahora son una, en breve tendrán un niño, se llamará sarcoma y le haremos la ola. Olas. Las del mar. Un gota roja en mi labio.


La manecilla grande está en las 11 y la pequeña en las 2, pero ahora no tiene importancia porque, mientras no era capaz de entender la hora, estaba segura de a qué hora tenía que llegar, pero ahora que ya sé leer otra vez no tengo ni puta idea. Esto se acaba, se acaba, se acaba, y no se termina de acabar nunca, nunca, joder, no se termina de acabar nunca. Se acaba, lo que pasa es que es un acabarse muy laaaaargo. Creo que he dicho eso en voz alta, creo que me estoy riendo. A lágrima viva. Enciendo el contacto y arranco. Pongamos que son las 2, pongamos que tenía que recoger los paquetes a las dos. Pongamos que todo está bien. Pongamos que soy una persona normal, una persona que sabe que día de la semana es, que no tiene unas ojeras de color insecto contra la piel blanca en pleno verano, con dos pecas folladoras bajo el entrecejo, con el labio sangrando, riéndose a carcajadas mientras le corren lagrimones por la cara. Pongamos que no he tenido que hacer una parada bajo los sicomoros en medio de la puta nada. Pongamos que por un momento no he olvidado donde estaba. Pongamos que no soy una yonki de mierda. Pongamos que no estoy aterrorizada.


Pongámonos a trabajar. 



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