viernes, 16 de marzo de 2012

La necesidad de llevar el pelo muy rojo


Y el aburrimiento, y haberlo probado todo contra el aburrimiento, y saber que lo que da mejor resultado, ya no sirve. Quod me nutrit me destruit. Sobrevolar una sola conversación interesante al año y que siempre provenga de aquel de quien nadie espera nada. Mientras, los intelectuales cada día son y parecen más estúpidos, más banales. Tener que tolerarles.  Atesorar imágenes de Arthur Conan Doyle en plena sesión espiritista, atesorar libros del siglo XIX. Beber mucha agua y no tener ducha en casa, coleccionar imágenes mentales del mediterráneo contra la costa de Creta, sentir el bote moverse en seco bajo los pies. No intentar conectar, no intentar contactar, no tener nada que compartir, no tener nada en común; verlo todo. No sentir nada. Oler la lluvia en el aire contaminado y polvoriento, desear un relámpago, oír un trueno, comerse un órgano interno desde dentro. Llevar el pelo muy rojo, aprender a callarse. Reescribir los mismos cinco capítulos una y otra vez, no dar la talla, morir de éxito, vivir de nada. 

Aburrirse de aburrirse. Dedicarse al sexo como fuente de infinita diversión vital. Agotar hasta eso. 


Viene la tormenta.

Volver a Creta.

Más o menos.
















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