jueves, 10 de diciembre de 2009

You put out and I recieve: Tercera parte

Había oído la explosión dentro de su cabeza, abrió los ojos, el cielo negro estrellado se le vino encima, el frío, el desconcierto y el segundo disparo, ahora sí reconocible: Un disparo claro y cercano, amplificado por las montañas. En décimas de segundo, el corazón de cero a mil en un pestañeo. Pero el cuerpo no le respondió, se quedó allí mirando hacia lo alto, petrificado, y mientras en una pista del cerebro procesaba toda la información (¡es que había sonado tan cercano el disparo!) en otra se asombró de que la cúpula del cielo no pareciera inabarcable y lejana, sino que estaba aquí al lado, pegada a su cara, pequeña y aplastante y, mientras, la adrenalina le había subido toda la sangre del cuerpo a la garganta. Y a los oídos; le iba a estallar la cabeza de pura presión. Y el tiempo que no corría, hasta que recordó respirar y le entró el aire en el cuerpo a puros jadeos. Se le saltaron las lágrimas. La pista A del cerebro midiendo distancias, intentado encontrar excusas para no reconocer lo inevitable, y la pista B intentando separar los ojos del cielo y mirarla, que ya no oía su respiración pausada de niña dormida a su lado, ni el viento, ni los árboles, ni nada. Ya no oía nada. El mundo estaba sordo.



Sin solución de continuidad estaba de pie junto a ella, la pista A ordenando a sus brazos, tirando de las mantas, doblando su cuerpo y sacudiéndola en el suelo
–Muévete, despierta, muévete- susurrando- ¡vamos!, levanta ahora… ¡Levanta!-, la pista B dolorosamente consciente de la película de sudor frío sobre su cuerpo, espeso como grasa; de que recuperaba los sonidos. Creyó escuchar un motor acelerando, tal vez gravilla aplastada bajo unos neumáticos. La agarró de la muñeca y tiró de ella, pero era un peso muerto. Sin embargo estaba despierta, tenía los ojos abiertos perdidos a lo lejos. La arrastró un poco.
-Nos vamos- la dijo ahogando un grito.
Se puso de rodillas y, frenético, la zarandeó por los hombros.- ¿Cómo puede haberlo sabido?, dime, ¿cómo consigue encontrarnos?-. No se lo preguntaba a ella, se lo preguntaba a si mismo. Sólo quería hacerla reaccionar, que se levantara, correr hacia el coche, salir disparado. Estar equivocado. Estar soñando.
Imaginó a El Hombre llegando en la furgoneta, el pelo de tan rubio blanco, sonriéndoles mientras se acercaba, sonriendo mientras cargaba la escopeta, les descerrajaba dos tiros, cavaba dos tumbas en la loma alta sobre la cantera, mientras les enterraba. Se imaginó a su dulce niña sin cara, bajo la tierra húmeda.




-Nos quedamos. Estaba muy seria, sentada en el suelo bajo la pálida luz de la luna, con la mirada perdida a lo lejos. Se acuclilló frente a ella.
-Mírame a los ojos- la dijo. - ¿Por qué no me miras?- la agarró suave por la barbilla.
Ella le miró. -¿Nos quedamos ya?- le preguntó encogiéndose. Ya no parecía una niña, en la penumbra del valle podía ver finas arrugas alrededor de sus ojos, ojeras negras… Tenía los ojos vacios. -Como un muerto- pensó él. De repente se dio cuenta de que lo que había estado pasando por alto, de por qué tenía el cerebro siempre dividido en dos pistas, una la que vigilaba, corría, pensaba, huía. La otra siempre rumiando, desconcertada de todo lo que acontecía, intentando entender lo inexplicable. Se puso de pie y trotó río abajo, hasta el camino y se quedó muy quieto intentando escuchar el sonido de un motor, el rumor de la gravilla, pero no oyó nada ahora. Volvió de nuevo junto a ella.


-Dime como nos encuentra, cómo sabe donde estamos.-
Silencio.
- ¡Dímelo ahora!- la gritó.
-Mi papá estaba allí- susurró ella.
-¿Dónde?- se giró para mirar- ¿en el río?-
-Mi papá estaba allí, en la cantera. Y los sábados veníamos por el camino del río hasta aquí arriba, él pescaba y luego nos sentábamos frente a la loma a ver el atardecer- suspiró bajito.- Era mi lugar preferido.-
Él empezó a notar la sangre en las sienes otra vez.
-Y entonces llegó El Hombre Rubio y disparó a mi papá, y se me llevó, y desde entonces estoy con él, pero yo seguía pensando en mi papá, en su sombrero, en cuando me llevaba a la gasolinera a comer helado, a pasear con el coche en el cruce de caminos bajo el ferrocarril, en cuando veníamos a pescar aquí. En el atardecer. Hasta que un día ya no pensé más. Sólo estaba con él.-
No quería oír más, pero ella no se callaba, seguía y seguía y él notaba la bilis en la boca, caliente.
-Yo estaba con mi papá y el hombre le disparó y me tomó, justo aquí. Y cuando tú llegaste y me besaste y me dijiste que me querías lo recordé todo. Yo sólo quería volver aquí- le miró llorando.


Cada uno de los caminos, las paradas, los escondites, el hombre los conocía porque la conocía a ella. Porque la había vigilado desde las sombras, acosado, hasta el día en que por fin la había hecho suya y ella había revivido toda la historia con él mismo, punto por punto. Ella había elegido donde dormir, donde parar, donde descansar. Y por eso ahora iban a morir.
Porque El Hombre Rubio estaba parado justo allí, entre los árboles, y avanzaba con la escopeta apuntando. Se giró para no verle a él, ni a ella, cayó sobre las rodillas y vomitó, y aún tuvo tiempo para escuchar el primer disparo de los dos que habría.


El Hombre Rubio sonreía.








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