miércoles, 9 de diciembre de 2009

You put out and I recieve: Segunda parte

Conocía el pueblo. Diez años atrás aún había trabajo en la fundición. Ahora era un lugar muerto, las calles vacías. Condujo lentamente con los faros apagados, levantando nubes de polvo áspero a la luz de la luna. Sobre las grietas en el asfalto abandonado, los escaparates de las tiendas tapiados. Llegó hasta el viejo campo de tiro, entre las paredes escarpadas de la vieja cantera y aparcó al resguardo del cobertizo.



Se quedó en silencio a oscuras en el coche, el mentón cuadrado hundido en el pecho, los ojos fijos en el fondo del campo de tiro. Se sentía el corazón en el pecho. Estaba cerca, muy cerca. La notaba en los huesos, como un animal.
-Un animal herido- dijo en voz alta- Y noto el dolor aquí, aquí, aquí-. Se golpeó la boca del estómago con la uña carcomida del índice derecho. Notaba su propia voz ronca, extraña a sus oídos.-No soy yo, es la puta embustera.
Su piel, su pelo. Era una enfermedad contagiosa. Si comenzaba a pensar en su piel entre los muslos... Giró la cabeza con brusquedad y se golpeó con saña la frente contra el marco de la puerta. La sangre brotó como un reguero.


Cogió la escopeta del asiento del copiloto y bajó de la furgoneta, andando despacio hacia uno de los puestos de tiro. Al llegar sin dejar de avanzar apretó el gatillo, uno, dos cartuchos. El eco de los disparos rebotó contra las paredes de la cantera, en la noche fría y oscura, tantas veces que paró el viento y las nubes arriba, las ramas de los abetos susurrando en las laderas, el polvo suspendido en el camino tras de si. Se acercó la recortada a la nariz; se sentía explosivamente feliz. El olor de la pólvora y, luego, el del aceite. El olor del calor abrasador. -Ahora ya me habéis oído- El Hombre sacó el pañuelo del bolsillo y se enjuagó la sangre de los ojos y volvió la furgoneta.







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