sábado, 4 de mayo de 2013

I don't believe

Como sabe que los días se la acaban, se despereza por las tardes con el sol incómodo sobre los párpados y desaparece de este mundo hasta las 10 o las 11 de la noche; con las botas de campo bien atadas en la tarde de Septiembre, y con las ganas de sacar el jersey de lana de oveja cruda, el que él la regaló de paseo por el mercado el Otoño anterior, también bien atadas a la garganta.
Ya no sabe exactamente cual es el sonido de su propia voz y, las veces que habla para si misma, grazna como un pajarito de 666 kilitos en la ramita de un árbol. Pero no sabe cuando fue la última vez que tuvo algo que contarse. Y si, en algún momento, tuvo ganas de contárselo a él, contarle la vida, se le pasaron hace tanto tiempo que las pirámides han volado en polvo con el viento y se han formado ríos salados en el desierto del Gobi.
Pero es todo mentira.
Por las noches, mientras el pescado se cuece en su propio jugo, se sienta frente al horno de carbón y siente unas ganas inmensas de apoyar la mejilla contra el hierro candente de la puerta. Porque, sentir, si no va acompañado de más nada (ni palabras, ni movimientos, ni pensamiento ninguno,) es un poco parecido a beberse una botella de vino en un rápido de montaña, una muy alta. Pero sin moverse del sitio. Y si de sentir se trata, en vez de sentir la piel quemada, se puede entretener con el calor empolvado del terrazo caliente de la solera de tender la ropa bajo sus manos, muy lejos en otra vida lejana, y el escozor bajo el trasero al cabo de un rato de joder bajo la luz de la luna llena de Agosto.

2 comentarios: