martes, 22 de marzo de 2011

Porcelana china

Más o menos, mantenerme  inexpugnable.

El subcomandate Marcos decía que el amor es como una taza de té. Una taza de té que ha caído, en mil pedazos, al suelo. Juntar todas las piezas, encolarlas. Y así, al día siguiente, tu taza de té está lista para volver a usarla. Para volver a caer. Hasta que llega un día en el que, por mucha dedicación, por mucha cola, por mucho que te agaches bajo los sillones, buscando las piezas diminutas y perdidas; ese día, no puedes recomponer tu amor.

La taza de té irremplazable. Tu porcelana china.

Me dice, muy seria, como es ella, que el proceso de maduración es imparable. Que está en marcha, dentro de mi, incluso antes de que yo naciera. Puedo rebelarme, negarme y hacerme jirones por mi camino y, sin embargo, ocurrirá. Que lo hará sin previo aviso.

Yo miro por la ventana. Me mantengo, más o menos, inexpugnable.

Por mi camino. Sin embargo, creo, está equivocada. En esto como en otras cosas que me juró ser tan ciertas, que abrazamos y creímos, y que nos hicieron morir. Todas las necesidades, todas la angustias infantiles, todas las automentiras siguen perviviendo, tan vivas, como el primer día. ¿ Es esto lo que se supone que tengo que perder? ¿ Es esto lo que ella quiere que abandone? Maduraré, dice. Bien.


Tan práctica, tan seria. Como es ella. Yo miro por la ventana y apoyo las yemas de los dedos de mis manos, heridas y ensangrentadas, en el cristal, dejando una línea  pálida sobre los transeúntes que pasan, y me sonrío. Ya maduraré sí, dice. Pero me temo que no va a ser hoy.

Más o menos, mantenerme  inexpugnable.



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