Como las paredes de mi habitación que han ido amarilleando, y que en contraste con la mancha blanca que el rodillo ha dejado (vaya, ahora tendré que pintar el resto del cuarto), ya no son amarillas, si no oscuras. Como los miles de libros que he ido leyendo, de los que recordaba cada palabra, cada giro del argumento. Como si las imágenes en las fotos hubieran fijado, por fin, su lugar en el espacio y en el tiempo.
Como todas las pequeñas metas que absurdamente nos fijamos, y que al espíritu se hace tan difícil abandonar una vez nos hemos impuesto -aunque no sean buenas, ni siquiera deseables-, como la curva que dejamos atrás mientras miramos por el retrovisor al volver de la playa una tarde de verano.
Todo el universo ha girado, las leyes de la termodinámica, que creía aprendidas, la de la gravedad, la de las consecuencias, la del cambio de carácter cuando la cafetera se niega a funcionar a las 6 de la mañana. Todas las piezas han caído, por su propio peso por una vez, y han encajado en los huecos escondidos, a mis ojos, que tan fáciles son de reconocer una vez que han aparecido.
He aprendido a no hablar y fingir hablar no sé y tampoco lo necesito. Los deseos que son vanos, en las palabras de otros, los anhelos que crujían, como la acera escarchada, y que pasados los meses no son nada. Las angustias que sólo existen porque dejarlas existir y recrearlas es lo único que creemos nos mantendrá vivos. He dejado pasar todos los puertos, no conseguí alcanzar ninguna meta, no me esforcé lo suficiente por ser nada de lo que me hicieron creer que necesitaba ser para ser un ser querido. He llegado.
Que esta pieza de Corelli dure el suficiente tiempo para que el tiempo no pese, que quede otro cigarrillo, que alguna vez sea capaz de ver lo que ven los que me buscan y me encuentran y se quedan y se mecen en lo que no puedo ver, pero presiento. Que el invierno pasado deje un poso de frío en los jerséis del armario, que siga por favor, recibiendo lo que envío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario