miércoles, 28 de julio de 2010

Alibote, alibote, torerazo el que no bote

Este es un artículo de opinión. No suelo tener el más mínimo interés en compartir mi opinión con nadie, porque la opinión del 99'99% de la población mundial no me interesa nada (una especie de quid pro quo kármico y existencial), pero me he permitido el lujo de hacer una excepción. También me he tomado la molestia, porque hay que ver que molesto y cansado es compartir una sus puntos de vista, intentar explicar sus creencias e ideas y hacerlo en un lenguaje mínimamente inteligible...mira, otra razón para no aburrir al mundo con mi opinión nunca más. ¿No os gustaría que todos los contertulios del Universo perdieran la capacidad de hablar/ escribir de repente? Pues eso. Los comentarios a esta entrada están desactivados. Ruego a mis cienes y cienes de suscriptores que tengan a bien enviarme sus misivas por email. O no. 

Mi abuelo materno era un reconocido sastre de toreros que, en ocasiones, también hizo las veces de apoderado. En la casa de mis padres se ha repetido hasta la saciedad la anécdota aquella que contaba como un jovencísimo El Cordobés le pidió unos duros a mi abuelo tras una corrida para tener algo caliente que cenar aquella noche. Ya ves tú.

Mi sabia progenitora, para quien la educación infantil consistía en plantarme delante de la tele toda la programación de tarde, solía tragarse entusiasmada cada corrida televisada que podía y, por extensión, yo las veía con mis pequeños ojos infantiles, alucinada. En esa casa en la que se amaban y respetaba a los perros, donde jamás nos sentábamos a la mesa a comer antes que ellos, aprendí a querer a los animales pero también que los toros no debía ser animales, porque se les pinchaba, cortaba y lanzaba en vivo durante sus largos 30 minutos. Y eso, que conste, que al parecer nunca lo hacía bien: " Ese tercio de varas, qué cortooooo, venga otro par de banderillaaaaaaas. Vaya faena más mala, los toreros ya no son lo como los de antes" En fin.

He sido vegetariana 9 largos años de mi vida. No me gusta el término animalista porque, si os soy sincera, no conozco a persona alguna que se autodenomine con esa palabra y no sea un radical (entendiendo radical como aquel que no busca soluciones a los conflictos, sino el que quiere lo que quiere y lo quiere YA), aún así, y para entendernos, hoy voy a usar este término. Siempre he creído y he defendido que el movimiento animalista y, por ende, los derechos de los animales no avanzan en España porque el primer objetivo animalista ha sido siempre en este país la abolición de la "fiesta taurina" Y siempre he creído que si el asunto de las corridas se hubiera dejado para el final (explicando el actual estado de la explotación de los animales para la alimentación y la cría para animales de compañía) la sociedad hubiera tendido de manera natural a la eliminación de todo tipo de tortura animal y los propios taurinos se hubieran visto abocados a modernizar la fiesta. 

En un mundo ideal las corridas habrían desaparecido hace mucho tiempo. En el mundo utópico de la piruleta multicolor en el que parecemos vivir todos cuando la polémica de turno nos toca de cerca. Pero no vivimos en ningún mundo ideal y la fiesta se ha mantenido intocable a lo largo de los años como el último baluarte de una sociedad, una época y un estilo de vida que ya no existen. Hoy, una segunda comunidad autónoma ha prohibido en España las corridas de toros aunque, hoy, lo importante era más qué comunidad ilegalizaba las corridas que el avance en los derechos de los animales en si mismo.

Me he despertado con la noticia. No puedo explicar la mezcla de sensaciones con claridad. Lo primero ha sido la incredulidad. La misma que sufro cada vez que en este país se hace un avance inaudito, una modernización casi contra natura.  Casi la necesidad de arrodillarme y rozar una oración, la misma sensación que sufro cada vez que se salva un perro. Luego ha llegado la tristeza, la que sucede a la constatación de una realidad temida durante mucho tiempo. El actual sistema de explotación de animales para la alimentación a penas tiene 50 años. Antes, los animales para alimentación eran visibles para todos, en las granjas y en los pueblos y, en algún momento del absurdo y acelerado proceso de "modernización" que ha sufrido (más que vivido) este país, se decidió que los animales que iban a ser sacrificados no debían estar expuestos a la vista, que eran símbolo de la vida rural en un momento social en lo que lo rural era sinónimo de pobreza y decadencia. Y así es como perdimos de vista nuestra dignidad, igual que perdimos la tradición de la vida en el campo y de las costumbres de nuestros pueblos y nuestras aldeas.

El 95% de la población no tiene ni idea de lo que ocurre en los criaderos de pollos o cerdos, en los mataderos industriales, en el transporte de animales vivos. Y tampoco lo quieren saber. ¿¡Quién querría saberlo!? No podrían volver a comer carne nunca más. Es curioso como funciona el espíritu humano. La solución al sufrimiento animal no pasa por la información y la mejora de sus condiciones de vida, sino que termina con la ocultación de las pruebas. Ojos que no ven, corazón que no siente. Así nace la paradoja que convierte a los vegetarianos en perfectos conocedores del sistema ( y sus más firmes adversarios) y a los carnívoros en depredadores que jamás verán a sus presas. Que no saben lo que comen. Que si lo supieran, probablemente, se querrían morir.

Yo como carne. No estamos hablando de unos filetitos, hablamos de cantidades industriales de chuletones jugosos, sangrientos, sobre la parrilla de encina crepitante. Soy carnívora. Estoy informada. No como animales torturados porque, sorpresa, se puede comer carne y ser ético. Como carne de vacas felices en los prados, que conocen el sol y el viento, cuyas ubres no arrastran por el suelo hasta llagarse por la manipulación que permite que den 50 ( cincuenta. CINCUENTA) litros de leche al día. Yo no estoy a favor de la prohibición de las corridas de toros. Siempre he estado a favor de la evolución de las corridas hacia la corrida incruenta. 

Lo que ha ocurrido hoy es, claro está, el principio de la salvación de cientos de toros de lidia. Pero también es el principio de una guerra. Una guerra entre taurinos y antitaurinos que mantendrá a la opinión publica alejada de lo auténticamente importante, los derechos de los animales y, cada vez más, polarizada y radicalizada. De lo que se trata(ba) era de mejorar la vida de los animales en general, no de convertir al toro de lidia en un emblema y a las corridas en el tema ÚNICO de debate. Radicalización.

La prohibición de las corridas de toros es, por otra parte, el comienzo del fin de uno de los espacios naturales más frágiles de nuestra naturaleza: La dehesa, que pierde su razón de ser (y su protección ante los especuladores) al dejar de ser refugio de la cría del toro de lidia. La dehesa es el hogar de multitud de especies, endémicas y no endémicas, de animales y de plantas, y la zona única de cría que queda del lince ibérico. El lince es un bicho muy mono, pero muy jodido. No le basta un territorio sin presencia humana para criar, sino que necesita un territorio INMENSO por cada macho. 

No. No creo que, en realidad, hayamos avanzado años en la lucha por la protección de los derechos de los animales. Creo que ha sido un retroceso disfrazado de modernidad. Creo que ha sido un inteligente velo de humo. Pero los animalistas, como buenos radicales, se conformar con haber ganado una batalla y, sobre todo, con restregar su triunfo con fruicción ante las narices de su enemigo. Y mientras se habla y se habla y se hablará de este tema, los que de verdad importan siguen siendo machacados vivos de maneras que no queréis saber. Normal. ¿Quién querría? 

No. No ha sido ningún triunfo. Cada uno de esos toros que no morirán en la plaza lleva un reguero interminable de muertes de otros animales a sus espaldas.

Muchas gracias. 



  

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