jueves, 11 de febrero de 2010

Philadelphia

Me gusta esta habitación, llena de cachivaches victorianos, tapices en las paredes, alfombras indias en el suelo y libros, cientos, no, miles. Intento pasar los días tranquila, pero espero una llamada, para irme, para irme, para salir de aquí y, a días, me agobio. Entonces me escondo aquí, entre los libros, con la radio. La ventana está abierta y, fuera, cae una lluvia dulce y lenta, y el verde de las hojas contagia estas paredes, el olor de anises de la tierra en la que vivo, que es mía, que tan pronto perdería, me tiene saturada la nariz y ya no puedo oler más nada, nunca más, para el resto de mi vida. Pero, entonces, yo no lo sabía. Me mezco sobre el borde de la cama, sobre la colcha de encaje, sobre una manera de vivir, de pensar, de estar, que no quiero para mi y que , hoy no hago más que perseguir. Que no consigo encontrar. En la radio suena Bruce Springsteen una y otra vez, My clothes don't fit me no more/I walked a thousand miles /Just to slip the skin... la odio. Mucho.

Sin más, estoy tan tranquila en mi vida parada, esperando, y aparece el guarda con su gorra verde. En la barrera, dónde está el único teléfono en 7 kilómetros, me espera una llamada. Le doy las gracias, me subo en la moto, temblando. Llego a la garita, saludo, descuelgo el auricular. Ya estoy en Philadelphia. Adiós anises, adiós.


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