domingo, 7 de febrero de 2010

Cowgirl



Tenía todo el edificio para ella sola, sólo tendría que esperar a que oscureciera. Subió por las escaleras enmoquetadas hasta el tercer piso y entró en el apartamento. Una bocanada de calor y polvo le golpeo la cara. El pasillo en forma de L desembocaba a la izquierda en un dormitorio pequeño que se comunicaba con el cuarto de estar por un baño con dos puertas. En la sala, una cocina integrada y un quicio sin puerta que volvía a dar al pasillo y a la entrada. Lo recorrió deprisa y cuando se aseguró de que estaba vacío, se relajó.

Soltó la mochila y el maletín donde guardaba el Sauer en la barra de la cocina y se acercó a la ventana, sin tocar la cortina. La sala, el baño y el dormitorio daban a North Lambert Street, como esperaba. El centro, en el fin de semana del 4 de Julio, poco a poco se vaciaría y las calles tomarían ese aspecto pos apocalíptico que tanto la gustaba. El calor la hacía sentirse atolondrada, pero se tendría que esperar en el ambiente cerrado, seco y polvoriento del apartamento; no quería arriesgarse a abrir una ventana. Se quedó en vaqueros y sujetador y se secó la nuca y la espalda con la camiseta. Estaba nerviosa y no debería, y aún quedaban dos horas para el anochecer. Se tumbó en el colchón desnudo un tiempo que la pareció eterno, inmóvil y callada, mientras las sombras al caer se movían lentamente en el techo. El silencio, en el apartamento cerrado, amplificaba todos los pequeños ruidos: El segundero del Omega de pulsera y el aire entrando en sus propios pulmones, la sangre en sus oídos. Cerró los ojos, intentando relajarse. Tenía las sienes empapadas en sudor y ya notaba la espalda pegada al colchón. Todos sus recursos para serenarse en esta ocasión no la valdrían, tal vez en el trabajo más importante de su vida. Con una maldición sorda se levantó de un salto y saco el portátil de la mochila, lo encendió y lo puso en la cómoda frente a la cama. Eligió a voleo una película. Durante casi una hora, Daniel Craig en Layer Cake la tuvo entretenida. Luego, sin apagar la película, se levantó de la cama y, a oscuras, abrió el grifo de la cocina y bebió directamente a morro, hasta saciar la sed de toda una vida. Se dio cuenta de que se empezaba a sentir como en casa en el viejo apartamento de los años cincuenta. De que estaría bien quedarse dormida viendo a Daniel Craig sangrando del labio y despertarse mañana descansada y fresca. Llenar el frigorífico , abrir de par en par las ventanas, ventilar, y empezar de cero allí mismo, donde nadie la conocía. Apartó la fantasía de su mente y se obligó a concentrarse en cosas menos peligrosas. 

Cogió el estuche del Sauer de la barra de la cocina y se arrodilló con él en el suelo del dormitorio, iluminada por la pantalla del ordenador, pensando en Daniel Craig y en lo mucho que la apetecía abrirle los botones de los vaqueros y meter allí dentro los dedos. Mientras se sonreía perfectamente concentrada, abría el estuche del Sauer y el olor del aceite saturaba toda la habitación; sus manos, autónomas, sacaban todas las piezas y las iban montando con un chasquido, mientras en un mundo aparte ella pensaba cómo era curioso que algunos hombres tuvieran en su mente un efecto así: Que les mirara las manos y los ojos y los labios, cuando en realidad lo único que veía era a si misma, arrodillada entre sus piernas. Y casi sin sentirlo el Sauer estaba perfectamente montado y se lo acodaba en la cadera y atravesaba el baño a oscuras con él, y por el rabillo del ojo tenía un destello de su propia figura en el espejo, en sujetador y vaqueros, con el pesado rifle con silenciador mellando su carne desnuda, pero apenas se daba cuenta, porque en su cabeza Daniel Craig gemía y ella lamía. Así asomó el cañón de la Sauer a North Lambert Street, entre las cortinas de la sala de estar, y apuntó, justo a la hora, hacia la esquina de Bercks Street y, justo en el momento preciso, apareció. Sacó del bolsillo trasero del vaquero la foto sudada, comprobó bien la cara y se dio a si misma el visto bueno, casi sin pensarlo, absorta en chuparla. Contuvo la respiración, corrigió el tiro y disparó, justo en el mismo momento que Daniel Craig se corría y ella se estremecía. Un disparo limpio y preciso que nadie oyó.

Soltó el aire, apartando con el pie los cristales rotos. Se limpió con el dorso de la muñeca los labios húmedos y vió su propia sangre; se había mordido. Ahora por la ventana rota entraba la brisa y movía las cortinas.

Se río y se sintió fresca y limpia. - Que pena de apartamento- susurró, mirando  aún hacia la calle, ahora vacía.

  


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