La habitación de caramelos

Me gustaría tener un rato libre para sentarme a sentir música y pensar, pero no puedo, y cada día va todo un poco más rápido. Me despierto dormida, me acuesto despierta, me muevo por la inercia de los movimientos aburridos, mil veces repetidos, no deseados, innecesarios, me subo los vaqueros por la mañana temprano sobre la piel desnuda, aterida, que aún así se queja y late y me palpita y la ignoro, para que no se me escape de las manos el cuerpo que se me queja al sentarme y que gruñe al levantarme, tu lengua caliente y húmeda que noto, desprevenida, sobre mi pezón izquierdo incluso bajo la ropa. Por mucho que me frote como quien no quiere la cosa con el áspero jersey de lana no se marcha, la noto de arriba a abajo, jodidamente despacio, rastreando; no es natural sentir toda la piel del cuerpo todo el rato, bajo mil capas de ropa bajo el frío, bajo el abrigo, me concentro en lo que sea que tenga entre las manos, y lo que tengo entre las manos me hastía y me aburre; me desespera. Mejor sentir tu lengua que sentir en las palmas la monotonía, mantén clara la cabeza que se queja. Me lavo los dientes deprisa, que no se equivoque mi lengua y acabe jugando glotona con el cepillo de dientes y me acuesto con pijama, para no sentir las sábanas. Dando vueltas. Pero esta noche me revelo en mi habitación de caramelos, pienso en ti hasta cansarme, me masturbo y me duermo. Ya me portaré bien mañana.

                                   me desafías